25 de abril de 2013

LA MEJOR COLECCIONISTA




Cuando empecé a presumirle a todo el mundo que había conocido a la mejor y más apasionada coleccionista de toda mi vida, muchos me ignoraron, otros no sabían de lo que yo estaba hablando y, particularmente Alba, mi hija, aventuró una reflexión al aire en la que preguntó que si coleccionar objetos no era un poco como estar enfermo, (o estar muy vacío). Ese comentario me movió el tapete de manera singular, porque yo soy coleccionista desde que tengo uso de razón y traté de dar mis razones respecto al arte y sacrificio que representa el reunir las manifestaciones culturales del hombre o de la naturaleza; pero no sólo eso, sino también clasificárlas y estudiarlas, con la finalidad de que generaciones posteriores conozcan el pasado  a través de los artefactos o de los elementos naturales que el universo nos ha prodigado. 



Si no fuera el caso, ¿Entonces para qué existe la Arqueología o la Historia? Odié por ejemplo, el comentario absurdo de alguien que dijo que eso era ser un “acumulador convulsivo”. Fue un comentario desagradecido y muy desafortunado, porque si no fuera por los que juntan obras de arte, o libros, qué pobre sería el ser humano en general. Una cosa es no querer deshacerse de objetos sin valor, y otra muy distinta es clasificárlos con un sentido de enseñanza  y deleite, y sobre todo, si aquellos nos remontan a una parte feliz de nuestra vida, ajena a la maldad tan habitual de nuestros tiempos. Es el caso que nos ocupa. Y podría argumentar más. Pero, aquí la dejo.



A los coleccionistas se les ha llamado de muchas formas: al que acumula sellos postales se les dice filatelistas, a los que les gustan las monedas antiguas, se  dice que cultivan el arte de la numismática, a los que coleccionan discos se les llama melómanos, a los que coleccionan billetes de circulación actual, simplemente se les llama, ricos., ¡jé , jé, jé!




De pronto recordé un cuento de un libro que se llama ‘Cosas de hogaño y antaño’, que relata las aventuras de un tipo bien indiferente, que de la nada, recibió una carta y le gustó el timbre postal, después recibió otras y empezó a estudiar al respecto. Pronto entró a clubes especializados y empezó a distinguir el valor de un papelito de esos, debido a su antigüedad o a su número limitado de edición. Por tratar de conseguir los sellos más valiosos vendió todo lo que tenía, y al final defraudó a la empresa donde trabajaba. Obviamente terminó en la cárcel, y desde ahí escribía a todo el mundo, con tal de tener sellos postales de todas partes del universo. Obsesión o no, lo cierto es que si no fuera por los coleccionistas, jamás existirían por ejemplo, las bibliotecas, hemerotecas u otros. De verdad.



Yo, por ejemplo, siempre quise saber todo de un mismo tema, por eso me dediqué desde muy niño a juntar todo lo que se puede conglomerar: así, acopié cientos de cajas de palomitas que recogía en las funciones de cine a las que nos llevaban nuestros papás en los años sesenta, y digo “nos” porque en esos avatares competía con mi medio hermano que tanto quiero, Ricardo. Casi siempre le ganaba en recoger ese tipo de basura que en efecto, lo era, pues mi mamá en cada oportunidad que tenía, tiraba todo lo difícilmente juntado al camión de la basura, -por supuesto con todo el dolor nuestro-. Recuerdo que llegue a juntar más de 200 cajas de ese tipo. Luego me dio por apilar sobres de café de la marca Legal y cajitas de Knorr Suiza las que por cierto, me gustaban mucho, eran muy bonitas, (de color amarillo) y las que luego, utilicé como ladrillos para construir un edificio más o menos grande. 



También coleccione revistas, llegue a tener todos los ejemplares de Kalimán, desde el número uno, lo cual fue casi una hazaña porque yo los buscaba en los tianguis donde vendían revistas usadas. También llegue a tener todos los números de una revista de futbol, es decir, un cuento –que  ahora le llaman cómic-, conocido como Borjita, una historieta que narraba las aventuras de un equipo imaginario de niños, basado en el Club América, (¡Puta, que resbalón, di! Bueno, de todo se aprende).




También coleccioné todo tipo de planillas o álbumes que se vendían afuera de mi primaria. Las planillas, que casi siempre eran de luchadores, se cambiaban una vez completadas, por máscaras o pelotas de futbol; los álbumes sí eran más difíciles de llenar y recuerdo que comprábamos muchos sobrecitos que costaban cincuenta centavos y que traían de tres a cinco estampas, casi siempre repetidas por lo que seguidamente echábamos volados todos los niños del barrio, poniendo como apuesta montoncitos de estampas repetidas. Yo llegué a tener muchas repetidas que luego ofrecía a cambio de una sola que yo no tenía. Era muy común el intercambio de las estampas y la concebida frase, -mientras el oferente pasaba una a una sus estampas-, el: “Ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya,  ya …¡esa no!” Estampa que se convertía en una verdadera joya para completar el álbum. De todos los álbumes que junté, solamente uno pude tener consumado, es decir perfecto, fue el de La Pantera Rosa del cual la estampa bien difícil de conseguir era la número dos, que aun así, obtuve de todos modos y ya ni recuerdo como fue, (Ni siquiera tenía pegamento para colocar mis estampas, y a pesar de ello, me las ingeniaba). También tuve una colección importante de carritos deportivos, helicópteros, barquitos y aviones que venían de regalo en los productos Marínela, particularmente, los Submarinos traían de obsequio un rompecabezas armable de estas piezas, eran bonitos estos fragmentos y también los avioncitos, realmente eran modelos muy aerodinámicos.




Yo, a pesar de ser de los niños más pobres del barrio, no sé ni de donde obtenía para comprar esos productos chatarras (es decir, que la mercadotecnia y la mercadología siempre han existido), compraba los dichosos Submarinos, específicamente los de sabor vainilla pero no para comer el pan, sino para conseguir el armable y ponerlo en mi ventana de la casa rentada en la vecindad de Gómez Pedraza número 108 de la ciudad de Toluca. También coleccioné las cajitas de cerillos de la Central, que en el anverso, regalaban una pequeña reproducción, de alguna pintura clásica, que se exhibe en las mejores pinacotecas del mundo. De todos esos tesoros, lamentablemente, ya no conservo nada.



Luego me dio por conocer el nombre de todo tipo de bebidas alcohólicas y así apunté en una libretita, -que usó mi hermana en su formación como secretaría-, todo lo que aprendía al respecto: brandy, coñac, ron, tequila, y muchísimos otros. Quien diría que acabaría probando todo eso, en la vida real…, en fin. También recopilé el nombre de todas las películas de una morena italiana que hacía cine erótico, hoy porno, que de verdad no me acuerdo como se llamaba. Empecé a reunir sus títulos, porque eran muchos y yo casi había visto todos.



Luego empecé a oír música de un grupo que de verdad, al principio no me gustaba mucho, pues yo era de la gloriosa época Disco. Los conocí de muchas formas: primero, de niño, vi una de sus películas que me dieron entonces miedo, era Let it Be. Me asustaba el tal Lennon, parecía una bruja; además de que fue la primera película que vi, sin argumento. Antes estaba acostumbrado al film western, y especialmente admiraba a Cary Grant. De esa película sólo me gustó algo de su música, y acaso, sentí algo terrible en mi alma, cuando fue la policía por los que tocaban en esa azotea, que era eso, aunque yo no lo sabía.


Luego mi hermana me empezó a llevar a bailes donde los grupos interpretaban canciones de Los Beatles como, “Coqueta”. En la casa de mi papá, (no en la mía, yo no tuve papá), escuchaba una buena canción de un tal Elton John, que me gustaba mucho y que yo pensé que era uno de Los Beatles. ¡Já!, Después no me salieron las cuentas: ¿Pues no que eran cuatro?



María Eugenia, una de mis primeras novias y a quien quise mucho, fue la que me dio el empujón final, pues siempre me platicaba de Los Beatles, y es más, me hablaba de un amigo suyo de la preparatoria particular, -donde ella estudiaba-, de verdadero caché  de entonces (¿o sea, no?), la Ibarra Olivares, que ya era decir, (yo entonces iba apenas en la Secundaria General Para Trabajadores, pues por motivos económicos, dejé de estudiar tres años, hasta que mi hermana Blanca me dijo que siguiera estudiando, -Te amo Blanca, gracias por todo-. Era la secundaria más fuchi de entonces).


Antes, Estela, una compañera de la secundaria, me prestó un disco de Los Beatles, era el For Sale. Yo era un fanático de la música disco, a la que llegué a bailar y dominar muy bien. No pocas veces la gente me hacía ruedita por los pasos que inventaba. Me gustaba mucho. Así, en ese entendido, estaba yo enamorado de Donna Summer y su canción “Try me” que es una delicia. Un día, Estela, llevó ese disco a la escuela, de inmediato que lo vi, se lo pedí prestado, ¡Era… la versión larga! ella dijo que sí, pero para no cargar, me prestó los dos álbumes que llevaba en ese momento, el otro era el For Sale de Los Beatles. Acepté lleno de júbilo. Y cuando al final me aburrió el disco de Donna, empecé a escuchar el otro. Al principio me chocó, se oía muy viejo, pero a fuerzas de oírlo, me empezaron a gustar algunas canciones, entre ellas la de Rock and Roll Music.


Luego Eugenia me prestó dos sencillos, uno fue el de Get Back y el otro el de Hey Jude, con todo y letras. Fue entonces cuando prendió la Beatlemanía en mí. Sobre todo por los celos que le tenía a su dichoso amigo, pues él tenía el “Álbum Blanco”, what…?!!! ¿Qué es eso? Nadie podía apantallarme así, tan impunemente…Yo no podía permitir que mi novia admirara a otro que no fuera yo.


Pronto empecé a buscar todo al respecto y con muchos sacrificios verdaderos, empecé a juntar muchas cosas de ellos, hice maravillas para comprarlas, entre ellas, fueron fotos del grupo, (al principio me gustaban por igual, Kiss, Bee Gees y Beatles, y coleccionaba todo sobre ellos), las conseguía en una revista que se llamaba Notitas Musicales, (que también coleccioné). Al principio fue una pequeña carpeta, luego otra más grande, luego dos, y al final, tengo cuarenta y cinco  carpetas de tres pulgadas llenas de fotos clasificadas que suman ya, una cantidad más que considerable que pretendo registrar en el libro de Records, a ver si me alcanza la vida para intentarlo. Ese es mi gran tesoro, por todo  el trabajo que me dio, (¡gran trabajo opps!). No tengo otra cosa de valor. Y después de todo lo que tengo ahora, aun así, me dejó, María Eugenia.




Sin embargo, al conocer a mi querida amiga Marychú, me quedé totalmente al margen del coleccionismo, ella tiene todo: Hadas, relojes, muñecas, miniaturas, ángeles, monedas, (cucharas, ¡guau!), teléfonos y muchas otras cosas que solamente reflejan un deseo intenso de que los seres humanos recuperemos esa parte esencial de nuestras vidas que es: nuestra infancia. Todo tiene coherencia, todo tiene un sentido didáctico, todo tiene un amor a los niños y a la búsqueda de esa inocencia que se pierde con el tiempo.



Yo la admiro mucho, y le agradezco que comparta a lo mejor, ese mundo de juguete, pero resulta al final, terriblemente bello. Yo no conozco a nadie que tenga, o que sea,  como es ella. Es dueña de la amabilidad, de la generosidad, de la ternura y del trabajo, y me siento bien afortunado cuando me dice: amigo.


Retomando el comentario de Alba, puedo decir que si no fuera por esas personas “enfermas” o con vacíos que se dedican a recopilar objetos o noticias sobre un tema particular, las generaciones nuevas, serían tristemente, muy ignorantes.
Es muy conocida la anécdota de que un príncipe europeo, dado a coleccionar obras de arte, de pronto le nació un altruismo insospechado, y decidió abrir un ala de su palacio, para que la gente común, conociera el acervo artístico que poseía. En ese momento nació el primer museo del mundo.



Y si no fuera por esos coleccionistas, nunca tendríamos los hermosos, pedagógicos y placenteros museos que tenemos ahora.

Gracias Marychú. Te admiro y estoy sumamente asombrado por tu dedicación a los pequeños detalles. El tiempo y la humanidad, algún día, te lo van a agradecer y a se van a embelesar por tu trabajo. Yo ya empecé a hacerlo…Eres la más grande y mejor coleccionista que he conocido en mi vida. Te quiero y respeto mucho. 
Nos conocimos por nuestra afición a Los Beatles, y soy uno de los privilegiados que ha podido conocer ese esfuerzo tan apasionado.

(Todas las fotos corresponden a la colección de mi amiga, ¡¡¡y lo que fáaaaaalta por ver!!!!