29 de mayo de 2015

MI COLECCIÓN DE MONEDAS CONTEMPORÁNEAS DE MÉXICO



Larga y abundante es la historia de la moneda en el mundo, un objeto muy útil y práctico que facilita el intercambio comercial. Al parecer se inventó en Asia pero fueron los romanos quienes la difundieron y popularizaron por toda Europa.
En México, a la par del establecimiento del virreinato, se fundó la primera casa de acuñación de moneda metálica de todo el continente americano, (1536), esto debido en parte a la alta producción de plata que se obtenía de los llamados Reales de Minas, como Pachuca. En esos días la moneda tenía un valor intrínseco (y no fiduciario como ahora), lo que permitía el comercio, incluso internacional, pues la moneda de plata mexicana era muy aceptada por su pureza. Las monedas eran forjadas en plata o en oro y a veces en cobre. Ahora se fabrican con metales industriales o aleaciones y su valor lo respalda el estado emisor.

Aunque siempre he coleccionado muchísimos objetos, (de los cuales ya no tengo ninguno, salvo lo de Los Beatles), en realidad nunca he sido coleccionista de monedas (y si lo fuera, sería mejor de billetes actuales, ¡jé!), sin embargo he guardado a través de los años algunas piezas que han pasado por mis manos ya sea en forma de cambio o por alguna otra razón. Siempre me han llamado vivamente la atención las antigüedades, y al ver la inscripción de algunas de ellas, sobre todo la fecha, me invade la imaginación: ¿Por cuantas manos habrán pasado?, ¿Para que habrán servido?, ¿En que fueron gastadas?

Los objetos son memoria viva, es la historia que habla por sí sola.  Al ver estas monedas que guardo en un pequeñito envase, podemos referir algunos datos anecdóticos: por ejemplo, a nosotros de niños, (a mí sólo a veces), nos daban de raya 20 centavos, que alcanzaba para algunos dulces o un bolillo, (el pan de dulce costaba 25 centavos). El veinte, al ser una moneda grande servía para echar volados y de ahí nació la famosísima frase de ¿Águila o sol?, pues por el anverso la moneda en efecto traía un sol, y al reverso traía el escudo nacional con su muy conocida águila. Pero a veces sólo nos daban o nos encontrábamos en la calle una moneda de a cinco centavos, (tenía al frente una representación de Doña Josefa Ortiz de Domínguez), que era la de más baja denominación y a la que la gente bautizó como un “quinto”. Con ella sólo se podía acaso,  comprar un chicle. De ahí la expresión “¡No traigo, (o, no vale) ni un quinto! Desde luego ahora esos valores únicamente son simbólicos, porque para efectos prácticos solo se usa la mitad de un peso, es decir 50 centavos de acuerdo al sistema de equivalencia de que un peso se divide en cien centavos. Por cierto que el peso se llama así porque antes se pesaban los tepuzques o residuos de metales finos o preciosos y en ello radicaba su valor. Existe toda una ciencia para el estudio y clasificación de las monedas, la numismática.

Los famosos quintos


El peso mexicano, así de devaluado, es una de las monedas más importantes del mundo y la más negociada en América Latina -sin contar al dólar-. Por ejemplo, comparada con el peso chileno, el peso mexicano es una divisa “fuerte”, unas papas que aquí cuestan unos 16 pesos mexicanos, allá cuestan unos 700 pesos chilenos. En realidad es cuestión de los famosos ceros, porque aquí -por ejemplo-, muestro una moneda mexicana que valía 5, 000 pesos (viejos), y que ahora en teoría, sin tomar otros aspectos de la economía, son sólo cinco pesos (nuevos), mil veces menos valiosos, es decir, le quitaron tres ceros. Por eso ahora resulta curioso que al ver películas mexicanas anteriores a 1993, hablen que un vestido en un tianguis popular, cueste dos millones y medio de pesos. (Antes era fácil ser millonario, ahora ya nada más lo pueden ser unos cuantos).

Al reclasificar mis monedas, encontré que tengo de varios países, algunas de Sudamérica y Estados Unidos, pero otras de Europa, repito, no me dedico a coleccionar monedas, pero esas las guardé por motivos casi sentimentales. Las monedas que son actuales las conservo, porque fueron las primeras que cayeron en mis manos, como por ejemplo esa de cien pesos que por lo ridículamente pequeña que era, fue criticada y rechazada por la gente y hasta le hicieron una caricatura  en donde estaba Venustiano Carranza cantando: “¡No soy monedita de oro, pa´ caerles bien a todos!” (Canción muy famosa de Cuco Sánchez).  Lo que nunca me imaginé, pero es verdad, pues tengo un par de ejemplares de ellas, es que alguna vez existió en México como moneda de circulación oficial. ¡UN CENTAVO!

Con las aclaraciones ya expresadas, tenemos en la foto, monedas de a cinco mil y mil pesos, de a cien, cincuenta, veinte, diez, cinco, dos y un peso. Además de cincuenta, veinte, diez, cinco y un centavo. Como se puede apreciar, algunas fundiciones son horribles, pero otras sí son bonitas y claro que nos transportan a un viaje al pasado, pues el dinero es prácticamente lo que mueve a la sociedad y al mundo.
Cabe como reflexión final, pensar que la plata que estaba en el subsuelo que ahora pisamos los que vivimos en Pachuca, se encuentra en todo el mundo y  que ha sido motivo de muchas alegrías y tragedias.

El dinero es una mercancía universal que compra todo, pero no puede comprar amor.

Fracciones de dólar

Sudamérica


Otros







15 de mayo de 2015

EL PARQUE HIDALGO DE PACHUCA



Aquí estoy, sentando en el Parque Hidalgo de Pachuca, cerca de mi banca favorita, esperando a que la tarde me visite, esperando a que el sol se vaya y que la noche me invite, como casi siempre lo hace de forma rutinaria, a irme despacio. Estoy regalándome un pretencioso sol extrañamente bello y un cielo azul casi suave y comúnmente hermoso, estoy desperdiciando el tiempo de una forma mágica que tiene un raro sabor a nostalgia, ésta es un fantasma que ya no asusta y que convencí para que fuéramos amigos. Estoy mirando el mundo, inventado otra vez, (de manera necia y torpe), el lugar donde comencé a soñar y donde espero que mis huesos socarrones encuentren un reposo digno. Aquí estoy, mirando a las nubes y a mis árboles, que en realidad es lo único que me pertenece, (no son de nadie más). Estoy aquí, después de dejar todo y que todo me dejó a mí.

Lo peor y más lamentable de esta decepción romántica, es que todavía creo en el amor como creo en Dios, (sin uno no puede existir el otro). No lo digo como un suspiro final e indefenso, más bien debe interpretarse esto así: como un último dedo terco que no quería ser enterrado; y ante la última palada de la tierra sagrada y bendita, el dedo rebelde alcanzó a decir, “sí”. Mis lágrimas ya no se pudieron ver ni alcanzaron a mojar nada, pues la amada y piadosa tierra las apagó de inmediato, pero el último dedo informal, antes de ser invisible con el manto de la madre tierra, se movió. Y eso fue un, acaso, ¿“Te amo”? Si fue cierto  o no, debo decir en apego a la verdad que el quejido temerario e inusual, debió haber sido muy débil, sí muy débil, casi imperceptible, pero extremadamente sincero y desesperado. Y parece justamente que en ese momento tan delicado, la música del mundo asintió. Pero esto es sólo una apreciación vista de lejos. 

A lo mejor fue pura coincidencia.