En el siglo XVI surgió un
movimiento pictórico conocido popularmente como Vanitas, término que significa vanidad en latín, se caracteriza por el
simbolismo de los objetos representados en la composición y que aluden a la
muerte.
Generalmente se trata de
naturalezas muertas o bodegones, es decir de pinturas que muestran objetos
inanimados que tienen una intención moralizante, de manera tal que el
espectador logra obtener conciencia sobre la fragilidad y brevedad de la vida.
La muerte tarde o temprano vence
de algún modo a la soberbia humana y a todas sus pretensiones o vanidades tales
como la belleza física, la riqueza, el saber y los placeres inútiles que se
representan con relojes que insinúan la voracidad del tiempo, fruta fermentada
que esboza a la decadencia o vejez, cráneos, o incluso libros que hacen
referencia a la vanidad del conocimiento.
El vanitas es un género propio
del barroco que se desarrolló principalmente en los Países Bajos con énfasis en
Holanda de aquí pasó a España en donde se le imitó e importó al mundo de
entonces. Tiene alguna influencia del gótico alemán. La calavera es
imprescindible y resulta una clara invitación a reflexionar sobre la
temporalidad tan corta de la vida y su futilidad tan engañosa.
En esta maravillosa obra, se ve a
una hermosa mujer en esa dualidad de existencia y la nada, entre Eros y Tanatos:
la vida pende de un hilo delgado que pronto puede ser cortado por Dios. Un
lujoso vestido, el espejo y enseres de belleza, refuerzan la idea de la vanidad
femenina en lo que podríamos llamar, la mitad viva. La otra mitad, tiene su
reino en el sombrío y desolado cementerio.