Debe ser un oficio difícil y
odioso eso de ser un cuidador celestial de un humano simple, sobre todo si uno
es borracho, neurótico y necesitado de una pareja sexual. De todos modos, Dios comisiona a uno
de esos seres de allá arriba para cada hombre o mujer que está en este mundo
tridimensional y a veces repetitivo. El mío, fue uno de esos ángeles -acaso de
segunda que ya sin escapatoria, tuvo que cumplir su misión ingrata-. Del mío
nunca supe su nombre. Aunque era muy conocido en los casinos del cielo por ser apostador.
(Yo le quise poner un apodo, pero nunca encontré el adecuado, es que a veces
ganaba pero casi siempre perdía, ¿cómo ponerle un alias a alguien así tan
inestable?).
Sólo sé que mi ángel resultó ser
un tahúr y un jugador empedernido. Jugaba y hacía su trabajo de velar más o
menos bien. Yo no podría reprocharle nada, creó que gestionó más de lo debido.
Yo era un tipo incomodo de defender, pero aun así el ángel siempre litigó a mi
favor. Su problema era el juego, le gustaba apostar con otros ángeles, casi
todo y de todo. A veces apostaba tiempo o estadía y a veces hasta cuidados del
protegido -que eso ya es más delicado-. A veces entre ellos, los ángeles
retadores, apostaban entre sí, acaso sólo una pluma de las alas, (esto era
fácil, pues las plumas de cualquier forma vuelven a nacer y crecer). Pero mi
ángel, (si existe el adagio de que afortunado en el juego, desafortunado el
amor), (y por lógica a la inversa), mi pobre ángel era muy amado, probablemente
por mis abuelos Fede y Dolores y también por mí; es la explicación de porque mi
ángel siempre perdía todo lo que apostaba, es que era amado. Y mi ángel se
picaba y jugaba más, apostaba hasta en las cosas más inverosímiles como: “está
vez la niña que cruza por la calle con Álvaro le va a sonreír a él, bueno, al
menos lo va a mirar”. Pero mi ángel siempre
perdía.
Mi ángel, una noche cansado (y
eso que no era muy tarde, eran como las seis con ocho minutos), decidió dimitir
de su trabajo. Ya no tenía nada que jugar y me apostó a mí en un total, (lo que
se llama en baraja: ¡mi resto!). Naturalmente el ángel jugador perdió y tuvo
que irse. Pero ante de abandonar a su protegido dijo, casi sentencioso:
No creo en los poetas viejos o
nuevos, no creo en las historias con finales felices. No creo en los locos ni
en la burbuja que protege mi soledad y que nadie quiere romper. ¡No creo en que
nunca volteaste hacia mí, nunca creí ni creo ahora en el dinero que no tuve
para buscar una sonrisa en un prostíbulo.
Y ahora, menos creo en los lances. Naturalmente no creo en la suerte! Nosotros
no creemos en tonterías.
Supongo que dijo eso, lleno de
coraje por lo que perdió lo único que tenía, o sea a mí y fue en un simple
albur: ¡Qué mal perdedor soy! (dijo). Y aburrido siempre de lo mismo, lo vi preparar
maletas, lo vi calentar sus cálidas y poderosas alas y lo vi alejarse con la
baraja en la mano. Emigró mientras yo me derretía en el lodo.
Quise echarle un volado, de te
quedas o te vas, pero ya no me escuchó
Ojalá su siguiente misión, no
sea tan decepcionante como fue esta. Aunque yo creo que el vicio de jugador, no
se le va a quitar nunca, es casi como yo, a mí, no se me quitaran mis pobres
vicios que los tengo, porque no está una mujer a mi lado). No te culpo a ti ángel desobligado y jugador. Yo
también me aficioné al juego. Pero no
tengo una carta alta con la que
jugar. Te las llevaste todas. Así, no me atrevo a apostar. Pues si pierdo, yo
no tengo alas. Mejor me escondo en el lodo ya sin ti.