En este mundo lleno de paredes de ilusiones, de colores
inventados y plafones de pocas verdades, de globos rosas que se revientan cada vez que uno los mira, de nubes que no forman nombres, de horóscopos que se rien burlones y del tiempo indiferente, fue anoche que Celia me afirma en menos de un minuto, que yo le escribí una
carta hace treinta y tantos años. Era un escrito romántico y acaso algo
pretencioso según me dijo con su hermosa voz. Dijo ella que era bonito y hasta parecía
halagador. Pero que fue perfectamente intrascendente en su vida. Aun así, dice,
-con esa sonrisa coqueta-, que ella, todavía conserva la misiva amorosa, o, al
menos, declarativa o de plano comprometedora, sobre un corazón desesperado. Es otra estrategia
para no perder un admirador.
No creo en nada de eso y espero probarlo
enseguida:
Primero. Quiero aclarar , bajo protesta de decir verdad, que
no recuerdo haber hecho esa locura escrita de la cual yo estaba y estaría muy
seguro, se me iba a objetar, le temo mucho al rechazo en todos los sentidos,
por lo que niego con todas sus letras la existencia de esa misiva en cuestión. A
mí nadie me quiere. Segundo. No creo que hayan pasado tantos años como se me asegura,
son muchos septiembres, que a mí me parece, fue apenas ayer. Tercero. No creo que yo
pudiese ser romántico, porque el romanticismo es para los viejos que no tienen otra forma de enamorar a las
mujeres. Cuando uno es joven no se les enamora, se les seduce con su
atrevimiento. Cuarto. No creo que haya sido bonito, porque en ese tiempo, yo no
conocía a plenitud, el significado tan bello y profundo de algunas palabras. Además,
es verdad, ella traía el pelo largo que siempre ha sido mi fascinación, locura y
seducción femenil, aunado a que yo no tenía canas, pero eso no prueba la existencia
de ninguna carta. Es, en todo caso, una insinuación.
Sin profundizar más en corrientes epistemológicas, no creo
en la existencia de esa carta.
De lo único que estoy seguro, es de que Celia, todavía
conserva esa carta de amor acusadora que le escribí, algún día loco. Y, al reconocer que la tiene, perdí la defensa.