7 de octubre de 2007

CUIDADO CON LA TRISTEZA

Daniela que no era otra cosa sino una mujer con bonita cadera, (¿y que mujer no tiene eso?, pues la cadera es sólo una de las tres mil doscientas veintitrés trampas con que Dios dotó a la mujer para enamorar, seducir y perder a los hombres y de paso, hacerlos creativos y hasta artistas, sólo con la finalidad de conseguir el premio de un beso femenino). (Un primer¡ah!) (¿Quien no quisiera de postre ese dulce?) (Otra de las fullerías sutiles, perfectamente insuperables y únicas es la sonrisa de mujer, ¡mmmm!, otro sentido ¡ah!). Ella era, es verdad, no muy guapa, pero finalmente, era una de las interminables composiciones divinas, mezcla de chica, mujer y ángel, pero sobre todo de chica. Daniela nunca hubiese querido ser manoseada, ni mucho menos en la forma en que lo fue la primera vez, ni por quien lo hizo, al menos hasta llegar a su matrimonio, porque entonces eso ya es muy diferente: si durante esa libidinosidad está por medio himeneo no es de ningún modo malicia ni pecado, es, en todo caso, una caricia de amor.

Pero el manoseo en su cuerpo virginal le sucedió antes de su boda, ella no le quiso o no le supo guardar a su esposo, esa experiencia machista de sentirse dueño de lo inapropiable.

Aquél día que Daniela vivió esa práctica tan común entre los seres humanos en su propio cuerpo, había llegado tarde a la cita con su verdadero gran amor y destino, (con él se hubiera dejado manosear, incluso hasta gustosa, es más, nunca lo hubiera recordado mal, sino muy al contrario). Pero ese día en lugar de ver y disfrutar a su ilusión buscada, al chico de sus sueños, -que por otra parte de haberlo visto le hubiese costado la vida-, solo fue muy manoseada y el manoseo le movió de algún modo la fecha de su muerte en el calendario implacable, en el almanaque que mide al tiempo y marca las horas entre los vivos y que resultó de paso, un maldito descubrimiento del hombre.

Daniela tenía cuerpo de bella mujer que no de mujer bella, (entendiendo lo subjetivo que puede resultar la palabra), claro que esta característica no era nada difícil a esa edad. No, no era nada difícil.

Dany, como le decían sus muy cercanos, se había quedado de ver ese día con un hombre de seudónimo (o nick), Perke a quien conoció por Internet, pero por responder un e mail urgente se le hizo tarde y cuando por fin llegó a la terminal de camionetas ubicada en el jardín de los Niños Héroes de Pachuca donde se había quedado de ver con su amigo virtual, el tipo que se manifestaba por ratos en su computadora, al parecer se había esfumado sin dejar rastro. ¡¡Oh, que malo fue eso para ella, maldita realidad, nada que ver con lo virtual!!

Ya era muy noche, y aún así Dany lo esperó un poco más, so riesgo de perder su transporte colectivo a Santa Mónica, ella era una estudiambre como se decía así misma, es decir estudiante de preparatoria. Sus papás campesinos hacían un verdadero esfuerzo extremo por pagarle su colectivo a Pachuca, pero no le podían subsanar un doble viaje a la ciudad, así que lo que hizo Dany aquella noche fue en verdad muy temerario, pues a fin de cuentas perdió su último transporte y extravió también a su ansiado duende sin antifaz, sin cuerpo y sin rostro, quien nunca llegó, y si acaso lo hizo, se fue muy pronto, sin tomar o sin siquiera probar la miel que guardaba Daniela entre sus piernas, el duende nunca esperó y sin él tampoco esperó la felicidad prometida a la joven, así que Dany no tuvo mas remedio que llorar un rato en la parada de su transporte, el cual ya se había acabado hacía un buen de tiempo-, encogida con las piernas entre los brazos y la soledad, y la cabeza entre el Internet y el despecho, estaba sin calcular, o a lo mejor sí, calculando, el riesgo de quedarse sola en la ciudad y sin forma alguna de regresar a su comunidad, lloraba por eso y también por que regresaría, -si es que pudiera regresar a esa hora, - completamente sola, lloró mucho y mojó sus piernas con ese raro liquido lagrimal. Así estuvo un buen rato, hasta que escuchó una vieja voz conocida. ¡¡Sí, era… su padrino Guillermo!! Un comerciante que también vivía en el pueblo de ella y que se había detenido a preguntar que si alguien iba a Santa Mónica, cobraba por el viaje especial sólo 22 pesos por persona, una ganga considerando la hora. De pronto se encendió la lámpara del ánimo para Daniela en ese universo negro sin Perke, era sólo una velita para la cueva tan negra pero aún así le dio gustó a la joven que por otra parte nunca había dormido fuera de su casa; se levantó presurosa de la fría banca de cemento y corrió al auto, llegaría a su casa sin mayor problema aunque sin un beso o por que no, una entrega corporal amorosa y total al tal Perke, que por lo visto, era sólo un fantasma cibernético.

Tuvo suerte pues le tocó el asiento de adelante, pero además de ella se subió en el mismo asiento doña Gertrudis, -raramente, sin su bote de aluminio-, ella era la tamalera que aunque sólo se dedicaba a esa industria, tenía una de las mejores casas del pueblo y nadie sabía porqué, además era coleccionista de enfermedades, mientras más raras, mejor. También se subió, si bien en la parte de atrás, Jaimito, el borrachales incorregible que casi nunca llegaba a su casa, no por falta de dinero, pues estaba pensionado por el Seguro Social, era más bien por hastío o miedo a su tercera esposa Isabel, por lo que no hacía justificadamente, acto de presencia en ese hogar incompatible.
Y luego se subieron al carro otros dos hombres de edad media, uno blanco y casi güero y el otro mas bien moreno y de menor estatura que el primero.

Todos se sorprendieron de los extraños, pues jamás los habían visto y ninguno de los pasajeros tenía la más remota idea de lo que fueran a hacer aquellos desconocidos a Santa Mónica y sobre todo a esa hora, tiempo en el cual ya casi todos dormían.

Todos se preguntaron mentalmente la posibilidad de que en el pueblo hubiese algún familiar de ellos, pero pronto descartaron la idea, pues conocían muy bien a todos y nadie podría tener una sorpresa así. Es más Guillermo el chofer, les explicó otra vez y muy claramente -a pesar de las copas que ya traía consumidas tal vez en el cabaret “Sabor de la Noche”,- que él iba a Santa Mónica, pero los anónimos y poco confiables viajeros dijeron que sí, que ellos también iban para allá. Así que con estos acuerdos arrancó el coche modelo setentas de color amarillo de Guillermo, el cual pronto dejó las luces de la ciudad.

El camino iba aderezado con música grupera que tanto les fascinaba a todos, especialmente al dueño del coche quien al ritmo de las cumbias movía los dedos en el volante, posiblemente se estaba acordando del bar lleno de chicas risueñas que acababa de visitar, es más, cualquiera le podría reprochar que ese perfume que apestaba de lejos, no era completamente suyo, pues quien era entendido en aromas hubiese opinado que se trataba de un chanel 5, de mujer, claro.

Santa Mónica estaba a sólo 23 kilómetros de la capital, pero en la noche, esa distancia parecía inalcanzable, casi tanto como el océano que separa un continente de otro y sin siquiera una balsa. Nadie hablaba en el carro y sólo la música grupera del radio rompía la soledad de aquellas almas reunidas por la causalidad en un coche viejo. Realmente eso era bien raro, pues Jaimito era muy platicador y hasta divertido. Pero en un momento dado, pareció que todos se habían tragado su propia lengua. Casi como si los viajeros representaran la propia muerte que va por alguien en particular, o estuvieran presintiendo algo inevitable. ¡Que incómodos momentos!

Por su parte Daniela veía las rayas grises de la carretera tan descuidada que era alumbrada sólo parcialmente por los faros viejos del maverik y pensaba que aquel hubiese sido el día más feliz de su vida, y… resultó el peor.

En su escuela y en su pueblo no le hablaba casi a nadie, pues ella consideraba a todos ellos de muy poca monta para sus ilusiones y perspectivas tan altas que su juventud le aconsejaba debía tener.

Sin embargo Perke, su amigo de Internet, sí reunía todos los requisitos para ella y todavía muchos más. La gran impaciencia y ansiedad de ella en esa noche, era llegar lo más pronto posible a su casa, conectarse y explicarle a Perke que había llegado tarde porque tenía que mandar un examen de la maldita escuela para una profesora más que intransigente, que “no sabía de amor, sino sólo de estudios y de exámenes estúpidos que no llevan a ningún lado, y que sólo conducen al vulgar ego de acreditar la miserable materia inútil en la vida de un profesionista. Y que mal que los cerdos que siempre reprobaron y copiaron, ahora que son maestros quieran la perfección en nosotros. ¡Bastardos!”

Llegaron de pronto a un paraje inevitable: ahí no había luz, sonido ni nada. El carro se paró de pronto y todos se bajaron a revisar: el auto no tenía nada, pero la maldita máquina se encaprichó y se negó a continuar, todo parecía parte del plan de un novelista o de un desquiciado. Hacía frío pero aún así tuvieron que bajarse todos los tripulantes para la revisión. Empezaron unos a fumar y otros a platicar.

Daniela cansada, se fue a sentar en una piedra que parecía haber sido labrada por algunos artesanos de una cultura prehispánica solamente para una reina de delicioso cuerpo, (en todo caso habría que esperar el dictamen de un perito del INAH, para ver si esto era cierto), pues aunque la piedra estaba fría, era mas bien cómoda dada la situación tan difícil: de cualquier forma habría que conformarse a que pasase otro carro para que compartiera energía del acumulador pues la del carro de Guillermo ya se había agotado.

La selección natural no fue tan sencilla, pues los viejos no sólo platicaban con los viejos, sino que a los jóvenes no les quedó más remedio que platicar con los viejos.

Daniela se vio envuelta entre los dos desconocidos y cada vez que cerraba los ojos y los volvía a abrir, le parecía más lejano el coche de su padrino, la poca luz de una lámpara sorda más imperceptible e incluso las voces amigas se hacían cada segundo más inaudibles.

El güero y el moreno la asediaban con preguntas extrañas. Ella no tuvo mucha resistencia y eligió en lugar de guardar silencio, defenderse con sus argumentos de joven enamorada. Sabía que no estaba equivocada pues contra su juventud e ilusiones, ni el mismo diablo la podría combatir ni mucho menos ganar en razones o sentimientos. “Aunque esto sea un mal sueño, no me quedaré callada”, dijo para si misma. Y la luna lejos de parecer cómplice de aquella desdicha, parecía más bien la autora de todo, no ministraba rayos de luz lunar, sino gotas de locura que deformaba los rostros de los habitantes de aquella isla de una manera poco aconsejable.

El güero le pareció tímido pero inteligente, el moreno era noble y sensible, aunque no tanto como el otro, o más bien, ¡ella que sabía en esa oscuridad aterradora! Pues de pronto la luz de la luna era cubierta por unos soldados o guardias que no pudo describirlos de otra forma sino como nubes negras y rojas; estaban frente a sus ojos el ángel malo y el ángel bueno, pero cómo saber quien es quien. Ella sólo era una fruta disputada entre el bien y el mal. ¿Pero, por que precisamente ella?, ella que si bien es cierto sabía poco del enamoramiento real, sabía casi todo sobre el enamoramiento virtual.

-¡¡Dios mío!!- dijo el moreno, La luna brillará después de que nuestro cerebro deje de pensar y atormentarse por pensar que piensa en eso, es decir después de que se pudra en la tierra y deje la repugnante vanidad mundana. Maldita conciencia de un sueño que nunca existió- y al decir esto tocó las partes intimas de Daniela y ella pareció estar de acuerdo, es más, abrió las piernas cálidas. Pensó él extraño, pero no para sí, ni siquiera en voz baja pues casi lo gritó: “estas sólo son malditas carnes lascivas que se van a podrir en el mayor silencio y oscuridad de todos los existentes y vistos hasta ahora, que asco tan posterior, ¡gusanos coman, que yo no, incluso esos bichos se alimentarán de esto que a nosotros nos parece bello y no es sino una temporalidad vana, un sueño que nunca existió… gusanos de la tierra que vivirán después que nosotros esperen su comida y su turno, pues esto que tengo en la mano es suyo y no mío, ¡ustedes son mejores que nosotros! ¿Oh, para que quiero esto que se va a descomponer?, ¡quiero algo que sea malditamente superior! Es decir, amor… y no, ¡¡¡esta inmunda intransigencia!!!”

Creo, por que sería muy presuntuoso decir afirmo, que aquella obscuridad iluminada era especial pues la misma noche respondía más preguntas que las que se les pudiesen formular e informaba sobre datos que nadie quería saber.

Entonces el güero intervino y dijo: “Yo nunca he visto a la mujer sino como un divertido y feliz entretenimiento, me vale gorro si morimos, sólo se que gozamos en vida y a mi, si me gusta esto que da literalmente vida”, el güero parecía más intelectual, o al menos mas leído.
Daniela hizo una pausa y comentó todavía con la mano persistente del extraño en su intimidad: “¿Quien te asegura eso?... nadie. Te mueres y por muy gandalla que hayas sido, tú y tus victimas, todos desaparecerán tarde que temprano; así lo quiso y previó Dios. Y ahora que pensamos, hay que apechugar y creer que esto que vivimos o que estamos viviendo, fue alguna vez cierto. Nada es verdad. Ni las fotos que vemos del pasado, ni las historias que cuentan para embobarnos. Ni siquiera tu asquerosa mano sobre mi es verdadera, esto que ahora quieres lo puedes tocar pero a mi alma y a mis pensamientos, nunca. Y no sé si todo sea realmente temporal. Pues dentro de muchos siglos no habrá nadie que de constancia de este momento tan ridículo”.

Habló el moreno: “Todo es un engaño, ahora creemos que sabemos y sentimos, pero el verdadero conocimiento y sentimiento, si es que existen como tal, nunca deben morir. Pero morirán, por eso no son perfectos. Es una ilusión generada en neuronas débiles”. Debemos buscar el desapego a la vida que es lo que provoca el sufrimiento.

Interrrumpió el güero: "¿Tendrán conciencia los espíritus? ¿Tendrán recuerdos?, ¿Se podrán comunicar? ¿Tendrán sentimientos y deseos? ¿Tendrán emociones? ¿Tendrán imaginación? ¿Podrán interceder entre los vivos...? ¿Tendrán sueños aunque sean pesadillas? Podrán tocar y ver a Dios?, ¿Caminarán hacía el infinito? ¿Acaso, existirán, al menos?

Daniela intentó decir algo, o al menos movió los labios, y luego opinó en aquella noche de éxtasis en donde casi ya no le importó que aquellos viajeros de la duración finita la estuvieran manoseando todo el tiempo lascivamente, ella era una mujer, pero los lunáticos no lo hacían con el maldito morbo humano y temporal -o al menos eso dijeron-, lo hacían sólo para conocer la textura de lo que nosotros llamamos una de las partes más bellas de la creación: la ruptura vital, fuente de vida y por que no, de amor.

-¿A que hora sales de tu trabajo?- preguntó Daniela al más joven. Este respondió:
-Mi trabajo no acaba a las cinco de la tarde, mi trabajo acaba cuando me muera y eso quien sabe…

Dijo Daniela al ver el cielo de su rumbo tan como nunca antes lo había visto, con un aire si no nuevo, al menos diferente y después de sentir muchos dedos morbosos en su parte que da hijos, la parte que estaba guardando para el tonto del Chat: “Esto no existió nunca solo es una broma de mal gusto, entendida solo entre los que tenemos razón. Pobres de nosotros creemos cosas que no son. ¡Volteemos hacía el universo!”.

Y de pronto sintió más dedos, eran de un loco que no filosofaba sino que vivía deseando tocar eso que en el futuro sería polvo, debió ser del güero pues era quien se veía más necesitado de tocar a una mujer.

Luego los tipos extraños hicieron beber a Daniela, una bebida común que ellos mismos tomaban muy seguido. Pero aun antes de beber esa porquería, Daniela se hubiera fijado en el cielo de azul profundo; curiosamente era una noche con estrellas y en el infinito podía verse muy claramente las constelaciones. Pero de pronto y de la nada, los luceros se convirtieron en insectos que luego se arrastraron por el cielo, hasta bajar a un papel, y luego se volvieron arañas que se arrastraron caprichosamente sobre una pantalla de computadora, hasta convertirse en letras, y luego en frases y luego en ideas, y éstas finalmente en mariposas que volaron para no dejar constancia nunca de su efímera existencia.

Daniela veía en la noche azul, parecida a un gran monitor de computadora, como se alejaba Perke (él en esos momentos estaba siendo asaltado en su propio auto y balaceado por sus secuestradores).

El güero sólo veía el centro de la humanidad verdadera, con esa poca luz que da el instinto, es decir aquella donde empiezan las piernas bellas de Daniela. Y el moreno decía: “Es el gran consuelo que Dios nos dio a los varones para cuando muramos, lanzar semen intensamente para que el mundo no acabe. Y ellas, su deber es recibirlo para que el mundo no termine tan absurdamente. Esa es la idea de Dios” Éste último parecía más lógico pero el güero se veía mas lascivo e incluso le hubiese gustado poner en el futuro, su dedo de polvo, en lo que a él le parecía terriblemente bello, aunque entonces su objetivo también fuese polvo ya.

-No, -protestó el güero- la humanidad se acabará, así como también el universo, pero Dios no lo hizo de burla, ni siquiera por entretenimiento o experimento, ni mucho menos por error, es su plan y no podemos juzgarlo.

Dijo el moreno: “Es como una película que estás viendo, de pronto no sirve y apagas el reproductor… y adiós”.

Respondió Daniela ante tan contundentes reflexiones. “Háganme el amor los dos, que si salgo embarazada, será pensando en Perke, por que lo amo aunque sea el más vulgar de los seres humanos”

El güero que era el más egoísta de los dos dijo: “No estén tristes con la vida, la vida es para vivirse, pues la tristeza es mala”. Lo dijo mientras acercó sus patas de tarántula horribles que la gente llama dedos a la gran belleza intima de una niña que había pasado a ser mujer en un instante del que nadie se dio cuenta, e incluso fue imperceptible para los gusanos y grillos que se acercaron movidos por una curiosidad poco usual . Que enfermo fue todo eso.

Daniela dijo; es verdad: Cuidado con la tristeza. Y se dejo tocar; supo entonces que era virgen del alma y ahí nadie se podría meter. “No estemos tristes, no pensemos en la muerte, no pensemos en la nada, nadie debe estar triste, pues gozamos de la virtud de Dios y Él prohíbe la tristeza. Agradezcamos a Dios por todo esto, riamos, vivamos, tengamos…tengamos cuidado con la tristeza”.

“Nadie debe estar atormentado con el sufrimiento, la tristeza es impropia del hombre, pues éste tiene todo para ser feliz y regalar sonrisas a sus iguales y desiguales, la vida es ahora, hay que vivir plenamente, tocar, soñar, y adivinar que es lo que las niñas sueñan y como los niños persiguen esos sueños, todo eso es vida. Nunca hay que estar triste, la tristeza es mala, es sólo una pequeña prueba que se puede superar”.

Pero Perke a pesar de las reflexiones ya no podía distinguir entre el egoísmo, la vanidad, los celos por vivir con una mujer manoseada y la tristeza, pues ya estaba en otro plano. Daniela se salvó por haber llegado tarde a la cita con él, se salvó pero sólo por esa noche. Cuando ella muera, otro día y sin previa cita de amor, su espíritu buscará salir de la tumba como todos los espíritus, a ellos nadie los puede enterrar, entonces a ese ente bello llamado el espíritu de Daniela, nadie lo podrá manosear, ni al menos ver, y entonces con toda la calma que permiten los siglos venideros, se sentará en el jardín del panteón, platicará en un lindo amanecer con otros vecinos, verá el cementerio de burlas y lágrimas de vivos, será dueña de las flores, y hará el amor con los pajarillos, entonces recordará que tuvo un momento para ser manoseada en su cuerpo mortal y quizá deje escapar una sonrisa pícara.

Y que eso, -el manoseo-, era algo que todos los mortales veían si no mal, al menos inapropiado. De pronto ella reirá al ver que un enfermo sentado en otra tumba en día repleto de sol, quiere tocarle su intimidad, (-era el güero, en tanto el moreno movía la cabeza desaprobando el intento y Perke estaba en otro extremo, pero seguía siendo virtual-). Y entonces el enfermo que también será sólo otro espíritu no podrá tocar al espíritu de Daniela, ambos reirán y entonces Dios los reprenderá a todos por burlarse de lo que no existe.

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