
Entonces había que pagar un transporte colectivo para ir a Epazoyucan, lugar de adscripción de mi plaza por lo que tuve que tomar prestadas algunas monedas de cien pesos, de esas amarillas y chiquitas que traían la efigie de don Venustiano Carranza en actitud de estar cantando: “¡No soy monedita de oro…!” (en alusión al muy poco valor de la moneda, claro), de la fuente octagonal que ocupa el centro del claustro bajo, -y que luego supe no es la original-, prometiendo que las repondría algún día. Se requerían cuatro moneditas de esas para un viaje sencillo, lo que ahora equivale a unos seis pesos. Lo bueno es que los visitantes no dejaban de tentar al destino, pidiendo numerosos deseos al arrojar las monedas de espaldas. A veces pensaba yo con no poca infundada preocupación: ¡Ay señorita, mas puntería por favor!
Poco a poco fui aprendiendo y valorando la grandeza de los constructores de edificios y almas, y mientras admiraba cada detalle del edificio colonial, comenzado a construir en 1540 por los frailes de la orden de San Agustín que habían llegado a México, apenas siete años antes, nació en mi el gusto por las artes, la historia y la filosofía religiosa que guió cada movimiento de los que ahora propongo llamar por muchas razones, los “Albañiles de Dios”.
Todo es sobresaliente y hermoso en esta casa agustiniana: las columnas rematadas en capiteles estilizados, el refectorio, sala de profundis, celdas, (que por cierto en una de ellas está escrito con lápiz, al parecer por una audaz niña de secundaria: “Álvaro te amo”, sin que yo, el vigilante de la conservación del inmueble, me percatase en su momento de la agresión a los muros que han vencido al tiempo), tiene además un alfarje, es decir un envigado único en el país de casi trece metros de longitud con grabados de querubines e inscripciones en latín y náhuatl; pero sin duda lo mas maravilloso son sus pinturas murales de temática bíblica y llena de pasajes de la Pasión de Cristo, de las que puedo afirmar categóricamente que, quien no las conoce, nunca podrá sentirse orgulloso de ser hidalguense.
Sobre el particular, existen trabajos monográficos espléndidos y por lo pronto recomiendo el insuperable libro del Doctor Víctor Ballesteros que fue presentado en su segunda edición, el viernes 27 de octubre de 2006, precisamente en la nave de la iglesia advocada a San Andrés Apóstol por parte de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
El municipio de Epazoyucan (que significa "Lugar de mucho epazote") goza de auténticas maravillas naturales y de muchos otros atractivos, pero mi convento que al menos durante dos años me dio de comer, -y me sigue dando pues un día antes de la presentación del libro di una visita guiada a las niñas de la foto de arriba -, representa el más sublime y magnifico encuentro con el pasado. Entonces, ¿Cómo no amar el trabajo de las órdenes religiosas asentadas en el territorio donde después nacimos nosotros? ...
Poco a poco fui aprendiendo y valorando la grandeza de los constructores de edificios y almas, y mientras admiraba cada detalle del edificio colonial, comenzado a construir en 1540 por los frailes de la orden de San Agustín que habían llegado a México, apenas siete años antes, nació en mi el gusto por las artes, la historia y la filosofía religiosa que guió cada movimiento de los que ahora propongo llamar por muchas razones, los “Albañiles de Dios”.
Todo es sobresaliente y hermoso en esta casa agustiniana: las columnas rematadas en capiteles estilizados, el refectorio, sala de profundis, celdas, (que por cierto en una de ellas está escrito con lápiz, al parecer por una audaz niña de secundaria: “Álvaro te amo”, sin que yo, el vigilante de la conservación del inmueble, me percatase en su momento de la agresión a los muros que han vencido al tiempo), tiene además un alfarje, es decir un envigado único en el país de casi trece metros de longitud con grabados de querubines e inscripciones en latín y náhuatl; pero sin duda lo mas maravilloso son sus pinturas murales de temática bíblica y llena de pasajes de la Pasión de Cristo, de las que puedo afirmar categóricamente que, quien no las conoce, nunca podrá sentirse orgulloso de ser hidalguense.
Sobre el particular, existen trabajos monográficos espléndidos y por lo pronto recomiendo el insuperable libro del Doctor Víctor Ballesteros que fue presentado en su segunda edición, el viernes 27 de octubre de 2006, precisamente en la nave de la iglesia advocada a San Andrés Apóstol por parte de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
El municipio de Epazoyucan (que significa "Lugar de mucho epazote") goza de auténticas maravillas naturales y de muchos otros atractivos, pero mi convento que al menos durante dos años me dio de comer, -y me sigue dando pues un día antes de la presentación del libro di una visita guiada a las niñas de la foto de arriba -, representa el más sublime y magnifico encuentro con el pasado. Entonces, ¿Cómo no amar el trabajo de las órdenes religiosas asentadas en el territorio donde después nacimos nosotros? ...