25 de septiembre de 2015

TUYA EN SEPTIEMBRE

Septiembre es un mes que siempre me ha gustado. Existen muchas canciones muy lindas que hacen referencia a este lapso otoñal, ya sea en la letra o en el título. Recuerdo -en inglés-, por ejemplo: Sealed with a Kiss de Brian Hyland, September Morn(ning) de Neil Diamond, September in the Rain de Frank Sinatra, See you in September de The Four Seasons y la clásica de clásicas que jamás me ha dejado de gustar desde que la conocí y que además fue uno de los primeros sencillos que compré en mi vida allá por 1978 o 79: September de Earth, Wind & Fire. Todas muy bien hechas y de alto contenido emocional.

No obstante, había de manera particular otra canción inquietante que escuché por primera vez en Radio 6 20 (¿Qué canción no conocí en ese entrañable y educativo espacio radiofónico?, desde luego estoy exagerando, pero básicamente esa estación fue la que formó mi cultura musical). Era una canción instrumental, rítmica, contagiosa y, hasta alegre y soñadora, se llamaba “Tuya en septiembre” con el ingente Bobby Darin.
Como buen coleccionista de música hermosa, emprendí una afanosa búsqueda tras ella (como tantas otras) por cielo, mar y tierra. Nunca la encontré.

Ya resignado, un buen día -uno de esos días en que se tiene mucha suerte-, andaba escudriñando, (es decir me andaba asomando, casi por inercia) en los botaderos de discos usados (en ese tiempo sólo eran vinilos), queriendo encontrar discos raros de Los Beatles. Para ello me habían dicho que en la colonia Roma de la ciudad de México había una tienda muy prestigiada en materiales discográficos de segunda mano, se llamaba Disco Recuerdo. En la primera oportunidad que tuve fui a la tienda en comento y comencé a hurgar en los cajones como de costumbre, ya cansado de ver casi lo mismo, de pronto vi un LP que me llamó mucho la atención por la portada que aunque era muy vieja, era a color, subí la mirada y leí con asombro que el intérprete del álbum era nada más ni nada menos que el genial multi instrumentista, cantante y compositor Bobby Darin. Hay que decir que el neoyorquino Darin tuvo éxitos sensacionales aunque a mí la canción que verdaderamente me fascina con su voz es “El mar” (esta pieza fue más conocida en la versión orquestal de Ray Conniff). Por instinto giré el disco para ver las melodías y cuando vi que traía la de Beyond the Sea, confirmé la sospecha de que el disco debía ser mío, cualquier duda se despejó cuando al final del listado venía “Come September”, que era nada más ni nada menos que la de “Tuya en septiembre”. Estreché el disco contra mi pecho y miré para todos lados, como tratando de evitar que alguien me lo pudiese arrebatar de las manos. Cuando pregunté por el costo, se me hizo una barbaridad el precio, muy alto, sobre todo si consideramos que era un disco usado; luego miré el vinil y me di cuenta que estaba en buen estado. Sin embargo lo que en realidad me sedujo y me empujo definitivamente para lograr su adquisición, fue que en la parte posterior tenía escrito a mano está leyenda:

“Recuerdo de cuando fuimos a ver esta película juntos, con amor, de César para Cristina, 28 de abril de 1962”.

En efecto, el álbum era el soundtrack o banda sonora de la película “Tuya en septiembre”, (yo hasta entonces no sabía que el tema le daba título a una película). La divertida comedia que fue filmada a color, estuvo protagonizada por el célebre galán Rock Hudson, Gina Lollobrigida y Sandra Dee, esposa del propio Bobby Darin quien también actúa en el filme que se estrenó en agosto de 1961 en Estados Unidos, bajo la dirección de Robert Mulligan con un guion de Stanley Shapiro.

La dedicatoria que venía escrita en el disco fue un dulce cordero para mi hambrienta imaginación de lobo. Me transporté a un mundo donde la juventud era otra, otras sus modas y otros sus gustos. (Fácilmente César y Cristina podrían ser mis padres). Mientras viajaba de regreso a casa, empecé a reconstruir muchos trocitos de un rompecabezas ficticio: ¿Habrán sido novios, o estaban en proceso? Se ve que a los dos les gustó la película, tan así que César compró el álbum y se lo obsequió a Cristina en un gestó caballeroso y conquistador por un lado, pero generoso y romántico por otro, pues cualquiera se hubiese quedado con el disco. ¿Fue una muestra de amistad o una señal de amor? ¿Qué habrá pasado con ellos? Sea lo que fuere, lo más probable es que esa relación terminó, o tal vez ni siquiera inició nunca. Pudo acabar de diferentes formas, un divorcio, la muerte de alguno de ellos, en fin. Una de las certezas exitosas que deduje, es que ella ya no quería saber nada de esa película o de ese disco, porqué de otro modo no se hubiese desprendido del supradicho, (aunque también cabe la posibilidad de que se lo hubiesen robado). En esos surcos se alojan momentos robados al tiempo que ya son de imposible reconstrucción histórica. Pero momentos al fin.

¡Son tantas cosas! Lo tangible y real es que el álbum ya convive en mis estantes rodeado de otros colegas con historias tan parecidas y a su vez tan distintas. Debido a los detalles comentados, es una de mis piezas favoritas. Y si por alguna casualidad extraña, Cesar, Cristina o algún hijo de ellos lee esto, sería increíblemente gustoso para mi devolverles el álbum.

Y como dice en la reseña de la contraportada:

“En síntesis: es un disco de electrizantes resultados”.


12 de septiembre de 2015

EL RELOJ DE LA UNIVERSIDAD DE HIDALGO




Ya somos varios miles, de verdad muchos y muchos miles, los afortunados transeúntes que hemos escuchado al menos una vez en nuestra vida, la sonoridad bella y tan cotidiana del reloj que impera en el frontón del edificio central de la Universidad Autónoma de Hidalgo, también conocido hoy con el minimizado nombre de Centro Cultural Universitario La Garza, es poco nombre para todo lo que significa el grandioso monumento histórico. Estamos hablando nada más, nada menos, que del segundo inmueble virreinal de Pachuca más importante.



Aparte de su historicidad, el edificio es bellísimo y sin duda es el más emblemático de Pachuca. ¿Cuánta historia habrá gateado, caminado o hasta corrido intra o extra muros? Primeramente como recinto hospitalario y luego como espacio educativo. Estoy enamorado de esa construcción elegante y altiva, tan así, que hice mi tesis doctoral sobre la vocación inicial del establecimiento: su función como casa de alivio.



Al respecto hay cientos de páginas que leer o miles de palabras que decir. ¡Cuántos personajes tan importantes han subido o bajado sus magistrales escalinatas!, y otros tantos que no somos importantes. Pero todos, consciente o inconscientemente hemos escuchado las bellas campanadas del cuarto, la media o la hora. Es un reloj imprescindible en nuestras vidas de estudiante, de profesionista, funcionario, o simple peatón.



Algunos afortunados escucharon su monótono y aburrido toque, mientras eran estudiantes. Otros lo escuchamos mientras íbamos a Servicios Escolares a realizar un trámite. El más odioso de todos -que no el más pesado, pues éste era el de las inscripciones, se perdía todo un día en las interminables filas-, era el de “Sin derecho”, por las faltas a clase.
A mí me tocó por ejemplo, que cuando tuve que hacer la revisión de todas mis materias para la titulación, me dijo el director de Servicios Escolares que yo debía la materia de Matemáticas V, le dije. “No debo ninguna materia de la prepa, pues si no, no tuviera certificado”, me dijo el ladino: “Pues hazlo valer”, le dije: “¿Ante quién?, ¿si ustedes que me lo dieron no me lo reconocen?”. Ya resignado por la burocracia tan absurda, me vi en la necesidad –siendo pasante de derecho-, de recursar la materia preparatoriana. De pronto y casi de la nada, me hablaron por teléfono, pues mágicamente había aparecido mi calificación de ocho en el kardex. Por supuesto que yo jamás he tenido ni tengo influencias a nivel estudiantil o de funcionario en la Autónoma.



Así existen miles de historias del famoso Servicios Escolares. Lo que no me imaginé nunca, es que me vería envuelto otra vez en el edificio hermoso para encontrar mi identidad de investigador y de pronto y casi sin querer, conocí la bellísima maquinaria de tan legendario reloj que se empodera de Pachuca, o al menos de su centro, que ya es decir.
Es el reloj público más antiguo que existe en Pachuca y acaso el más olvidado, sobre todo si se contrasta con el monumental. Ambos tienen una coincidencia: el número cuatro romano, está escrito con cuatro I, en vez del formal IV. ¿Por qué fue escrito así? a lo mejor ese es tema de otra investigación.
Agradezco mucho a Dios la oportunidad que me dio de conocer semejante maravilla de ingeniería que a pesar de los años, no ha necesitado un gran mantenimiento ni cirugía mayor.



El reloj fue comprado en la mejor joyería que existía entonces en casi toda Latinoamérica. Una tienda judía altamente cotizada, llamada Hauser Zivy y Compañía, la mejor proveeduría de ese tipo de artefactos por mucho en todo México y adyacentes. Se dice que se compró en 1887 y tuvo un costo de 1,091.00 pesos.
Lo cierto que aun funciona perfectamente, aunque dice su conservador, el señor Ubaldo, que en realidad toca tres o cuatro minutos ante de la hora real, para que el personal esté atento.
Al parecer es una pequeña maquinita que nadie toma en cuenta, pero en realidad es una maravilla tecnológica que admira y produce amor. Mucho amor, y ha marcado el tiempo de tantos y tantos.
Cuantas parejas en los sombríos jardines del edificio se habrán sobresaltado al escuchar las campanitas bellas pero advertidoras.
Pareciera que Pachuca sólo está marcada por el tiempo. Tiempo que descansa en sus bellos parajes de panteón. Ahí se detuvieron los relojes más bellos y más sonoros del Real de Minas. Pero no para todos (Agradezco a Diana Campero las temerarias fotos de las campanas).