29 de enero de 2011

LA ESTRELLA QUE NO TENÍA NOMBRE


Era una estrella apartada que no tenía nombre, es más, no tenía dueño y eso es lo más triste que le puede pasar a cualquier estrella.
Por destino, todo mundo elige una estrella, la adopta, la alimenta de sueños, la cuida, la presume, en ocasiones platica con ella y lo más importante: le da un nombre para identificarla.

Pero este pobre cuerpo sideral no tenía nombre y eso la ponía muy afligida. Por eso todas las noches brillaba con una emoción genuina, titilaba loca, así como lo hacen los pavorreales en el cortejo nupcial, o las niñas al usar minifalda o que de plano hacen el extremo: sonreír. La estrella necesitaba ser acogida por alguien y, lo más importante, necesitaba tener un nombre, todas las estrellas tenían uno, ¿Por qué ella no?

Era muy frio ser llamada simplemente estrella, sobre todo cuando en el firmamento existen millones de astros y todos parecidos, en realidad lo que distinguía a una de otra, era el nombre.

Nuestra estrella anónima quería pertenecer a alguien, lo mismo da que fuera un don nadie o un vagabundo, lo substancial es que ese ser quisiera ser padrino de la estrella solitaria, no importa el nombre que le pudiera dar, eso es lo de menos.

Ansiosa la estrella desconsolada, esperaba el fin del día para que en las noches pudiera aparecer y así hacer de las suyas. En ese largo tiempo que dura el día, ella lo aprovechaba para imaginar que nombre le gustaría. Pensó en Sandra, suena bien dijo muchas veces, pero a ella no le importaba la belleza del nombre, lo que quería era eso: UN NOMBRE, el que fuera, aunque fuera el más feo del universo, lo que no quería era vivir y morir sin nombre.
Por eso cuando obscurecía, la estrella de pronto se ponía enfrente de otras estrellas traviesamente, para poder gustarle a una de esas criaturas que viven en este planeta y que al parecer ya tenían estrella, pues pocas veces volteaban la mirada al cielo. ¡Desagradecidos!

La estrella sin nombre odiaba las noches nubladas o con tormenta, pues eso representaba menos posibilidades de que alguien se enamorara de ella, posibilidades de que él la mimara en su mente, que hiciera un viaje mágico para conocerse con ella y hacer contacto y, desde luego, que la bautizara con un nombre. De verdad no era nada significativo que fuera un nombre común, lo relevante es, presumir que se tiene un nombre propio. Eso es lo único importante. “Pero una es sólo una estrella, no se puede poner una misma un nombre, eso corresponde a los hombres” decía ese sol sin amigos.

Esperaba a su amor justo al muelle, pensaba que al ritmo de la marea él podía llegar. Pensó que lo podía encontrar en la comarca minera de Pachuca, por eso ahí brillaba más con minifalda y escote y una sonrisa inigualable. Ahí había un maldito (que no sabemos por qué no había muerto), él podía haber sido su amor, pero el demente siempre estaba ebrio y loco, estaba enamorado de algo distinto, de algo muy difícil. Estaba ciego y enfermo de una orgullosa que no le correspondía, el imbécil pagaba taxis con tal de despejar de su mente a ese irrefrenable amor.

Qué envidia le daba a esa vela celestial que otras estrellas menos resplandecientes, o que casi no hacían nada por fulgurar, tuvieran nombre, a lo mejor, -pensaba-, que era porque ellas tenían nombres desairados, aun así lo tenían, y por poseerlo, lo amaban y eran felices. Particularmente sentía celos de una estrella llamada por su dueño “Sagrario”, le parecía un nombre hermoso.
Que apenado resulta, viajar en el mismo camión con otras estrellas en la obscuridad del universo y ver que las vecinas son felices, que ríen porque tienen nombres y una sólo agacha la mirada porque en la autopista se viajará sin nombre. Otro día, otro día más sin nombre.

Y repetía la frase contenida en el poema de Álvaro Ávila: “Busco un corazón de oro y en esa búsqueda imposible, me hago más viejo”

En esos términos cada nueva noche representaba una diferente oportunidad para encontrar propietario por eso la estrella ilusionada, cada nueva noche irradiaba más luz coqueta, más bella, centellaba como para buscar inspiración, deslumbraba como para que un mortal pensase que ella era el familiar que Dios había llamado a cuentas. Lucía lo que tenía y hacía lo que podía hacer: brillar y sugerir una esperanza de soberbia inmortalidad, jugaba con su luz así como una dama juega con su velo para seducir; incluso por ciertos dones que tenía la estrella desguarnecida, de pronto podía parecer que estaba muy cercana de nosotros. Ofrecía sus encantos como maravilla celeste, pero al parecer nadie se interesaba en ella, todos estaban ocupados en sus cosas: ya todos tenían amores o amigos, o disfrutaban la grata y cordial compañía de una mascota, así que nadie se quería ocupar de una estrella, ¿Afiliarla para qué?, además, la estrella estaba muy lejos y poco podía hacer por los problemas cotidianos que todos tenemos. Es un objeto inanimado y no ayuda a la felicidad majestuosa del rey de la creación: el hombre. Sin duda fue más que estúpido el que forjó el término ese.

Pero la estrella sin nombre no entendía de esas cosas y cada vez que se sentía más sola que nunca, chispeaba con más fuerza, especialmente quería incidir en los niños, pues son los más fáciles de convencer de los prodigios y ventajas que se tienen al ser dueños de una estrella, pues a esa pequeñita lucecita que vive en el cielo se le cuenta casi todo: las penas y los dolores que se provocan los seres humanos, a veces sin querer y las más, con toda la intencionalidad.

Y la estrella sin nombre seguía sin pertenecer a nadie, veía azorada pasar a su lado como balas mortales, las imaginaciones de todos, los sentimientos, las preguntas, las ideas y conjeturas de la gente, pasaban, pero a ella no la tocaban, pues no estaban dirigidas a la sin nombre. Ella ponía a la gente escaleras pues era muy fácil subir, brincaba ventanas pues era muy fácil abrirlas y ver a la estrella enamorada, tendía puentes pues era muy fácil caminar y encontrarla.
La estrella lograba sueños en otros, pero aun así nadie quería ser su dueño, parecía un trabajo pesado cuidar a una estrella, ¿a cambio de qué? ¡¡¡Que absurdo es!!! A fuerza de soledad se hizo amiga de la luna, aunque ésta estaba muy ocupada con tantos poemas que le hacían a diario, aún así se daba tiempo para escuchar a su amiga, la estrella sin nombre.

La estrella abandonada en sus tantos siglos de soledad, había tenido mucho tiempo para preparar y ensayar su discurso de adopción, claro en caso de que se diera. El texto decía entre otras cosas:

“Tú eres la explicación de todos mis porqués, el significado de mis colores, el sentido de la luz que arrojo, que sólo es para ti, el motivo de ésta habla, la inmensidad de los detalles, el placer más infinito y hasta los celos más absurdos. La vaguedad de mi espíritu solo puede sonreír si le das alojo en tu corazón. Te amo”

La anónima, la mujer enamorada, podía ver desde su privilegiado sito celestial, las mentiras y maldades del ser humano, pero también podía ver las verdades y bondades que ciertamente eran mucho más, podía ver los besos entre la gente y las canciones que se componen y se dedican entre ellos. Al ver tanta esencia de Dios, solo pedía un derecho que le fue negado durante mucho tiempo; quería portar orgullosa el nombre que alguien, enamorado de ella para siempre, le pusiera.

Si ese alguien la abrazara con verdadero amor, entonces ese privilegiado le pondría nombre y el nombre que le pusiera, lo iba a amar para siempre esa estrella, pues formaría parte de su identidad y brillará al mismo tiempo, al ritmo que el corazón de su dueño. Estaría todas las noches disponible para escuchar su llanto o sus risas, pues a cambio de tener un nombre, ella estaría dispuesta a vivir para él, para siempre. Es más, podría prometer sinceramente, que aunque su dueño muera, ella brillará, agradecida, por él, muchos siglos más. Hasta que Dios lo permita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que triste, pero que hermosa composición, desde este momento soy tu admiradora y de esas estrellas creo que habemos muchas, pero lo mejor es que la ilusión de encontrar, no a la pareja perfecta pero si a alguien que nos ame, nunca la perdemos y a veces elegimos mal, pero es que los disfraces que portan nos sorprenden pero, siempre la verdad sale a relucir, felicidades por tu talento.