15 de mayo de 2015

EL PARQUE HIDALGO DE PACHUCA



Aquí estoy, sentando en el Parque Hidalgo de Pachuca, cerca de mi banca favorita, esperando a que la tarde me visite, esperando a que el sol se vaya y que la noche me invite, como casi siempre lo hace de forma rutinaria, a irme despacio. Estoy regalándome un pretencioso sol extrañamente bello y un cielo azul casi suave y comúnmente hermoso, estoy desperdiciando el tiempo de una forma mágica que tiene un raro sabor a nostalgia, ésta es un fantasma que ya no asusta y que convencí para que fuéramos amigos. Estoy mirando el mundo, inventado otra vez, (de manera necia y torpe), el lugar donde comencé a soñar y donde espero que mis huesos socarrones encuentren un reposo digno. Aquí estoy, mirando a las nubes y a mis árboles, que en realidad es lo único que me pertenece, (no son de nadie más). Estoy aquí, después de dejar todo y que todo me dejó a mí.

Lo peor y más lamentable de esta decepción romántica, es que todavía creo en el amor como creo en Dios, (sin uno no puede existir el otro). No lo digo como un suspiro final e indefenso, más bien debe interpretarse esto así: como un último dedo terco que no quería ser enterrado; y ante la última palada de la tierra sagrada y bendita, el dedo rebelde alcanzó a decir, “sí”. Mis lágrimas ya no se pudieron ver ni alcanzaron a mojar nada, pues la amada y piadosa tierra las apagó de inmediato, pero el último dedo informal, antes de ser invisible con el manto de la madre tierra, se movió. Y eso fue un, acaso, ¿“Te amo”? Si fue cierto  o no, debo decir en apego a la verdad que el quejido temerario e inusual, debió haber sido muy débil, sí muy débil, casi imperceptible, pero extremadamente sincero y desesperado. Y parece justamente que en ese momento tan delicado, la música del mundo asintió. Pero esto es sólo una apreciación vista de lejos. 

A lo mejor fue pura coincidencia.