19 de abril de 2016

¡AMISTAD!

La palabra “amistad” deriva de vocablo “amor”. Y es que, es verdad, el sentimiento afectivo es una de las múltiples formas de expresar amor. El amor es el sentimiento supremo, es el éxtasis, es lo más bello que Dios obsequió a la creación, de hecho se dice que fue por amor que Dios creó al hombre y a la naturaleza.
El amor, ese gran amigo loco y santo y sus múltiples variantes: filial, familiar, objetual y de muchas otras formas que a veces resultan complejas y contradictorias. Amor es lo más bello que cualquier ser vivo consciente, -no una bacteria o un virus-, puede experimentar. Amor es la respuesta. Es una flor que se debe dejar crecer.
Regresando al tema, muy probablemente la amistad es la emoción o impulso psicofísico más común entre los seres humanos y se da en diferentes grados y formas. Acaso, nace por las similitudes o simpatías que puede tener un hombre o mujer con sus semejantes. O, acaso nace por la mera necesidad de querer y sentirse querido y acompañado en este viaje que es el proyecto más importante que tenemos, es decir, nuestra propia vida.
Con el privilegio de la amistad se identifica uno mismo en la otredad, en el otro, que aunque nunca será igual a uno, se proyecta la imagen propia casi como en un espejo mágico. Se busca aceptación y se ofrece lo mismo. En la amistad se intercambian gustos e ideas y en ella encuentra uno mismo su propio conocimiento, es un dar y recibir regalos de ideas y experiencias. Tener amigos, -que no conocidos, compañeros o vecinos-, es una fortuna. Es un morir sabiendo que no estás solo en este destino u obra musical que la divinidad compuso en su gran sinfonía bella como un remate para su apoteósico final.
A veces se estima a algunos animales como perros o gatos, y se cree que son amigos o hasta familia. En realidad sólo son compañía que responde a estímulos. Claro que aman a sus dueños y sienten, son seres vivos. Pero un amigo es un igual, que sufre, goza, llora y ríe  porque es racional y consciente de lo temporal y breves que somos. A veces el mejor amigo es la propia pareja sentimental o romántica, que en teoría debería ser así.
Un verdadero amigo es el que expresa su envidia, su coraje por lo que somos y -a veces-, su gusto por lo que logramos, pero casi siempre, manifiesta su solidaridad por lo que sufrimos. La amistad nos une, nos identifica, nos hace lograr pequeños o enormes proyectos, a veces positivos  como la creación de pueblos o naciones y otros no tanto, como las guerras.
Hay quien cree tener muchos amigos y hay quien piensa que no tiene ninguno. En realidad la palabra “amigo”, debería emplearse para casos muy especiales y no vulgarizar el término. Recuerdo mucho una ocasión que Ricardo Fernández, - a quien conozco desde hace más de cuarenta años, y a quien quiero y le debo muchísimo-, que una vez, caminando en la calle, alguien desde un carro lo saludó, yo intrigado y celoso le pregunté: ”¿Quién es?” Y respondió lacónico, “Es un amigo”. ¡Puta! Si fuera un extraño, no creo que lo hubiese saludado!
Por cierto que en este sentido, yo no puedo presumir de tener muchos amigos. Ricardo es uno de esos pocos seres extraños que siempre hemos coincidido y existe entre nosotros un cariño fraternal, aunque pasen meses y meses que nos vemos. Hay una empatía por el sufrimiento y la edad. Éramos niños jugando a ser grandes y ahora que lo somos, jugamos a ser niños.
A un amigo se le enseña, pero también se le aprende muchísimo. Los seres humanos estamos fabricados para asimilar la información del mundo, pero también para rebotarla. Y qué mejor manera que sea a un amigo. Un amigo de verdad.
Cuidar y cultivar una amistad no es fácil, a veces las alegrías o las tragedias te unen a perfectos desconocidos, -como en la cárcel o en un hospital-, pero a veces, de esos momentos difíciles nace una bella flor que no debe ser manchada con ningún pensamiento negativo. Yo, al final, todo lo he logrado con una pequeña ayuda de mis amigos. 

Los amigos de verdad, al final de juego no dicen: "¡Devuelveme las canicas que me ganaste!". 

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