Llegó mi turno para mudar de
vecindario, se acabó el contrato, pero antes de dejar mi vieja casa, revisé
algunos sitios de ella, por si olvidaba algo. Luego recordé que no tenía maleta
para llevar nada y desistí de acto tan inútil. Busqué, miré y de pronto vi ese
cuartito que está en la parte de atrás y que no sé si por nostalgia o pereza,
nunca destruí, me dieron ganas de entrar, aunque tenía un viejo candado que
puse un día que estaba en mi sano juicio. Rompí mis propias reglas y en un
arrebato, entré.
Encontré el lugar sombrío, olvidado como era la intención.
Entre polvo y telarañas, todavía pude ver ese librito de la vanidad, lo tomé en
las manos y se deshizo de viejo, -eso quiero pensar, no creo que lo haya destruido
yo a propósito-. Ya no recuerdo, mi mente dejó de cooperar conmigo desde hace
mucho. No me perdona muchas cosas. Es tan egoísta y rencorosa.
En una pared colgaba un cuadro
singularmente bello, se llamaba Oración de la Mañana. Lo leí y me atrapó, pero
como mi mente aún no se desenojaba conmigo, entendí que eso no es una oración,
o si lo es, debería cambiársele el nombre, creo que debería llamarse “Pliego
petitorio”, con emplazamiento a huelga, pues en todo el discurso amable y hasta
sincero, sólo se le piden cosas a Dios: Fuerzas para seguir, entendimiento para
el buen camino, aceptación para lo irremediable y en fin una serie de
solicitudes a lo mejor sentidas pero muy ególatras. De hecho, creo que el Padre
Nuestro no es una alabanza, son las siete peticiones que tiene cualquier humano
cobarde. Sin embargo es la única oración que me sé y por eso la recito a veces.
Pedir fuerzas a Dios significa que uno es un holgazán o un incapacitado y
queremos que otro haga el trabajo que nos corresponde. Es irresponsable.
Creo que orar, para mí,
significa reflexionar, evaluar, entender, aceptar, y sobre todo, AGRADECER, yo
todas las mañanas pasó a mi iglesia de San Francisco, antes de registrar mi
entrada laboral, y casi nunca pido. Agradezco, lleno de vergüenza, por las
cosas buenas que tengo y a lo mejor no merezco. Es verdad lo reconozco, a Dios
le he pedido amor, eso sí, y a veces mucho. Porque yo se lo doy, en realidad y
con ese atrevimiento inconsciente que me caracteriza, le pido por los seres que
amo, antes le pedía mucho perdón, pero ahora ya no. Sé que no merezco clemencia
alguna y prefiero ser más inteligente y no perder el tiempo que además es muy
poco, para pedir misericordia. Ya me sentiré mejor cuando pague mis errores,
debilidades y pecados. Al fin soy humano y mortal. A Dios le ofrezco mi
felicidad infinita, mi sufrimiento limitado y todo mi amor. No más.
Lo que sí hago es agradecer y
tratar de sonreír a la gente, de no ser tan deshumano, de no ser un maldito
protagonista, de dejarme llevar por el viento suave, soy una hoja de árbol más.
Un pasajero de las escaleras eléctricas que se forma disciplinadamente para
bajar.
Ayer que venía de la ciudad de
México a la que fui para hacerme un estudio médico, - en realidad, todo eso lo
hago para que no me estén diciendo de cosas porque no me atiendo-, vi que en la
carretera había miles de autos, y pensé: “Los que vamos en esta dirección,
acaso vamos a cumplir con nuestro destino, casi todos con ansiedad, porque
estamos cansados. Metafóricamente vamos a la muerte, en tanto, los que vienen
en dirección opuesta, van al nacer, a enfrentar la vida y luego tomarán el
camino de regreso, es decir, a la nada. ¿De eso tan simple se trata la vida? “
Y mientras estaba dentro de ese
aparato tecno-médico, -que me dijeron iba a durar veinte minutos la sesión sin
que yo me pudiera mover-, para no asesinar a mi mente que habita en esta casa
ya deteriorada por varios temblores, y para tener una idea aproximada de cuanto
son esos veinte minutos de tortura, me puse a cantar completo el álbum Abbey
Road, dura 47.15 segundos, o sea que cantando el lado A y parte del B, pronto
saldría de eso. Así lo hice. ¡Gracias Beatles, recordar cosas bellas en momentos
difíciles, no resuelven, pero ayudar a mitigar! La que me costó trabajo y que
creo omití tiempo, es la de “I want you”. Las demás canciones, creo que mentalmente,
las canté completas.
Poco después de eso, en un
gran centro comercial (creo que es el
más grande que he visto hasta ahora), donde fluyen miles de corazones
palpitantes, ideas, miedo, sangre, inconciencia, dinero, vanidad, juventud,
vejez y por supuesto cientos de chicas guapas que nomás de verlas, no crees que
esto tenga fin, pero que en realidad son un refrigerio, una ayudadita a bien
morir. Un maquillaje mental nunca fue un estorbo. Siempre he pensado que la
mujer es el azúcar del café. Uno ve con envidia, con sorpresa, lo maravilloso e
injusto que es la vida. A veces el don de la reflexión es un castigo. Causa
mucha impotencia ver tantas y tantas cosas: Personas que simplemente son
felices y otros que nos atormentamos por no saber cuántas gotas tiene el mar, en
lugar de ser felices. (Es como querer soplar aire en la cara con un abanico
dentro de un cuarto caluroso, cuando en la calle hay mucho aire fresco y divertido
que alegre nos espera) ¡Y vaya que me sobran motivos para ser feliz! Hasta mis enfermedades y carencias son una fuente
de felicidad, si les encuentra uno el sentido y el porqué.
En fin, creo que todo es un
reto de Dios, para no aburrirnos y para alcanzar algún grado de conciencia, porque
yo creo que es eso, y no la bondad del todo, lo que nos lleva a Él.
En ese centro comercial, como
siempre, me puse a pensar: Las estrellas son infinitas, no se pueden ni
calcular, y el físico que aventure una cifra, es simplemente un merolico. Lo
que sí existe, pero que tampoco nadie lo puede saber, (es decir una cantidad límite
al menos hasta el día de hoy), es ¿cuantas piezas dentales existirán en las
bocas de las personas? Para eso sí hay un número. Eso pensé cuando una chica
sonrió y mostró parte de su estructura ósea dental. No se puede saber, pero al menos soy el único que piensa en esas
bobadas. Yo siempre pienso en las cosas más simples de la vida y me asombran
por su complejidad.
Seguí buscando en ese cuarto
de trebejos, que honestamente olía mal y de pronto encontré un ente medio
escondido, lamiéndose las heridas como un perro que no tiene para pagar a un
veterinario, un órgano vivo, que palpitaba, confieso que curioso me acerqué. Esa cosa antiestética ya estaba muy débil y muy vieja, sin maquillaje, con muy poco pelo delgado y canoso y sin dientes, aun así me miró y me sonrió. Me coqueteó el
maldito con esa sonrisa de moribundo que nadie puede soslayar. ¡Chantajista! Y
por primera vez en mi vida y sin lástima, le dije: “Hola amigo” Después cambió
su sonrisa conciliatoria y lloró, me abrazó. Yo voltee a mirar al cuadro de las oraciones, esa de la Oración de la Mañana, porque no quería
que me viera llorar, ni quería que me dijera “papá”. Yo era un orgulloso hasta ese
día. De todos modos le pedí perdón y luego cantamos algunas canciones juntos. ¡La
pasamos bien! Era nuestra despedida. Era mi corazón.
Preguntas hay, respuestas no,
a veces es al revés. Eso es la vida y es compleja, pero vale la pena llegar
hasta el último segundo. No soy polvo enamorado, sólo soy, una breve, y acaso,
no una bonita energía enamorada, de color azul. Pero soy.
2 comentarios:
Cómo siempre me quedó maravillada con su lápiz incansable de compartir la escencia, talento, corazón y sensibilidad de su ser. El pasaje de la vida es extensa, pero, en unos fragmentos hermosos Ud. , convirtió el dolor en enseñanza, en amor, en un destello de luz. Mi admiración y cariño de siempre.
Querido amigo gracias por coincidir en esta vida.... Hasta pronto, buen camino hacia la luz
Epd querido Alraro
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